Instituto Literario de Veracruz

En tierra de Leones

En tierra de Leones

Ah, sí. El muy puerco. Hablaba y hablaba y cuando nos dimos cuenta, estábamos perdidos y la noche empezaba a caer. Dimos marcha atrás pero era evidente que estábamos perdidos. “No se preocupe coronel” me decía a cada paso, mientras yo le gritaba todo lo que se me ocurría. Finalmente, le apunté con mi escopeta a la cara y le dije que si pronunciaba una palabra más, ahí mismo lo mataba. Cuando uno está en medio de la selva, esperando que de cada matorral salga un león, una hiena, una pantera, no se puede pensar en nada, y mucho menos si el maldito que viene con uno se la pasa hablando de las tetas y del culo de una teutona, como si fuéramos de día de campo. ¿No se va a tomar su whisky? De pronto, oí claramente a mis espaldas cómo se quebraba la hojarasca. Un león, pensé y salí corriendo en busca de un lugar donde parapetarme para meterle un disparo. Corrí y corrí hasta que tope con un árbol caído. Me aposté tras él y esperé. No había pasado ni un minuto cuando oí los gritos del italiano. Maldito hombre, cómo gritaba. Salí corriendo en su busca, pero debí equivocar la ruta, pues no pude dar con él. Una hora después me encontré con un grupo de rescate que había salido en nuestra búsqueda… Oiga, ¿de verdad no se va a tomar ese whisky?

Arturo le ofreció su vaso al viejo y éste lo apuró de un trago y se lo devolvió.

-Si Laura me llega a ver, no sabe de lo que es capaz. Usted debe ser fuerte con ella, tener valor, no la deje hacer su voluntad.

-¿Y qué pasó?

-No muy lejos de donde me encontraron , hallaron los despojos del italiano. Los leones, los leones. Pobre hombre. ¿Sabe? No era un guía ni conocía la región. Formaba parte de una compañía de opera que no sé cómo diablos llegó a Kenia y ya no pudo salir de ahí. Al día siguiente busqué a la alemana de la que tanto me habló. ¡Dios, qué puta! Era alta y fuerte como un boxeador de peso completo y capaz de matar de placer, o a golpes, a cualquiera. Pasé varios días a su lado, pero no me salió gratis. Pesqué una gonorrea de los mil diablos. ¡Qué ardores, qué dolor! Yo preferiría sacarle brillo con el culo a las botas de un regimiento, a soportar otra gonorrea. ¿Porqué no nos sirve usted otro whisky? Si esperamos a Carmela nos vamos a hacer viejos.

Mientras Arturo servía, el coronel volvió a decirle que no dejara a Laura hacer su voluntad, Tenga usted valor, impóngase.

En ese momento apareció Laura. Lucía radiante, ataviada con un traje de lino blanco. Su pelo castaño brillaba bajo la luz última del atardecer.

-Veo que ya conoces a mi abuelo… y que han estado bebiendo.

-Sólo fue una copa…

-Ya me lo dirá Carmela -Arturo la siguió, pues Laura había empezado a caminar por el pasillo. He pensado que el Candilejas no es un buen sitio, mejor vamos a la Estancia, es posible que ahí nos encontremos con algunos amigos y… espera, espera, olvidé mi bolsa. En un minuto estoy de vuelta.

Arturo regresó a la sala y encontró al viejo sirviéndose de nueva cuenta.
-¿Gustas?

-No, gracias, nunca he sido un buen bebedor.

-No la dejes hacer su voluntad, qué, ¿acaso le tienes miedo?

-¿Le puedo preguntar algo coronel?

El viejo movió lentamente la cabeza, al tiempo que dejaba escapar una larga bocanada.
-¿Usted nunca ha tenido miedo?

-Yo he cazado leones, he ido a la guerra, escalé montañas… todo lo hice para vencer al miedo, porque siempre he tenido miedo. Ahora soy viejo y temo a la muerte…

Laura apareció de nuevo llevando un pequeño bolso de piel color manzana, tomó a Arturo del brazo y le dijo:

-Ahora despídete de mi abuelo y vámonos que ya es tardísimo.

Arturo se despidió del viejo y empezó a caminar tras de Laura. Cuando estuvieron en el coche, ella, como si fuera algo sin importancia, se disculpó por el retraso y por su abuelo.

-Ya es demasiado viejo y está un poco loco, espero que no te haya aburrido con sus cosas del Everest y todo eso.
-¿Estuvo en el Everest?

-¡Cómo crees! Nunca ha salido de Xalapa. ¿Sabes? Creo que mejor siempre si vamos al club Campestre, o no, mejor vamos al Mirador, sí mejor al Mirador.

-Como tú quieras -dijo Arturo y hundió lenta, muy lentamente el pie en el acelerador, mientras la tarde se hundía en la noche.

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