Alexander Pushkin
ESCENA I
Una habitación
Salieri
Dicen que no hay justicia en esta tierra.
Tampoco habrá en el cielo. Para mí
esto es más claro que la simple escala.
He llegado a este mundo amando el arte.
En la infancia brotaban de mis ojos
lágrimas si escuchaba los acordes
del órgano en la iglesia centenaria.
Muy pronto abandoné las distracciones
y rechacé cuanto no fuera música
para entregarme todo a los sonidos.
Arduos me fueron los primeros pasos,
fatigoso el camino, y sin embargo
pude vencer zozobras, contratiempos.
Basé el arte sublime en el oficio.
Me hice artesano. Di docilidad
y obediencia veloz a cada dedo;
perfecta afinación cobró mi oído.
Asesiné a la música y después
me puse a disecarla como a un muerto.
Con álgebra medí las armonías.
Y cuando me hice dueño de la técnica
ya pude fantasear, libre y seguro.
Me oculté a componer. No ambicionaba
la fama cruel ni recompensa alguna.
A menudo, en mi celda silenciosa,
sin comer ni dormir, compuse, ebrio
de inspiración y goce, para luego
quemar mis notas y serenamente
ver convertirse en humo las ideas
y los sonidos que de mí brotaron.
Y esto no es nada: cuando Gluck, el grande
nos reveló de golpe sus secretos
fascinantes, profundos, misteriosos
manso y humilde renegué de todo
lo aprendido y amado: aquella música
que antes supuse la verdad divina.
Seguí a Gluck con firmeza, ciegamente.
como niño extraviado al que señalan
el único camino. Tesonero.
me esforcé hasta lograr lo ambicionado
en el arte sublime. En ese instante
la fama me sonrió, mis armonías
encontraron espíritus atines.
Gocé feliz el fruto de mi esfuerzo.
Mi gloria Fue producto del trabajo.
No conocí jamás celos ni envidias.
Me alegró ver triunfar a mis amigos.
hermanos en el arte más hermoso.
No me dolí siquiera cuando, excelso,
Piccinni cautivó con sus acordes
a los salvajes bárbaros franceses.
Y vibré al escuchar por vez primera
de Ifigenia la música tristísima.
Nadie osaría decir: “Pobre Salieri,
es un vi envidioso despreciable,
una víbora abyecta, pisoteada
que en bestial impotencia muerde el polvo”
Nadie podría llamarme bajo o ruin.
Y sin embargo debo confesar
que a partir de hoy envidio. Me desgarra
el tormento rabioso de la envidia.
Pido justicia al cielo. No hay derecho:
el don sublime, la sagrada llama
no son premio del rezo, la fatiga,
los sacrificios, el trabajo duro.
No es justo, no lo es, que el don, la llama
iluminen radiantes la cabeza de un loco, un libertino. . . ¿Mozart, Mozart?
(Entra Mozart.)
Mozart
Qué lástima. Intentaba sorprenderte
con otra de mis bromas.
Salieri: ¿Hace mucho
que llegaste a mi cuarto?
Mozart: No, Salieri,
acabo de llegar. Quería mostrarte
una cosita, pero en el camino
oí tocar en la taberna sórdida
a un violinista ciego. Interpretaba
Vol che sapete. Tú no te imaginas
qué gracia me causó escuchar mi obra.
No resistí: te traje al violinista.
Pase usted, amigo. Tóquenos ahora
algo de Mozart como sabe hacerlo.
(Entra el Violinista Ciego y toca un aria de Don Giovanni. Mozart ríe.)
Salieri
No le encuentro la gracia francamente.
Mozart
Salieri, es imposible no reírse.
Salieri
Jamás me río cuando el pintorzuelo
de brocha gorda imita la divina
Madona rafaelista, o un poetastro
parodia al Dante. Lárguese usted, anciano.
Mozart
Espere, aún no se vaya. Le daré
para unas copas. Beba a mi salud.
(Sale el Violinista Ciego)
Mozart
Salieri, estás de malas hoy en día.
Mejor te digo adiós, vuelvo mañana.
Salieri
¿Qué me trajiste?
Mozart: Una bagatela.
Anoche no dormí. Se me ocurrieron
unas cuantas ideas y hace rato
las anoté. Se me antojó mostrártelas
para que opines, aunque en modo alguno
quiero ser un estorbo.
Salieri : Mozart, Mozart,
siempre eres bienvenido. Toca, escucho.
Mozart
Yo, por ejemplo, un hombre enamorado. . .
Enamorado quizá no, tan sólo
feliz con una niña o un amigo
-tú, por ejemplo- cuando en ese instante
todo se altera, surgen las tinieblas
y la visión macabra. Escucha, escucha.
(Mozart toca.)
Salieri
Es un prodigio. ¿Cómo tú, insensato,
pudiste entrar en la taberna inmunda
para escuchar a un pobre diablo? Ay, Mozart
no eres digno de Mozart.
Mozart: Di ¿te gusta?
Salieri
Cuánta profundidad y qué elegancia
y audacia y armonía. Eres un dios
y no lo sabes, Mozart. Pero, en cambio,
yo sé que eres un dios.
Mozart: Probablemente
¿No te parece? Pero tengo hambre.
Es muy chistoso ser un dios hambriento.
Salieri
En ese caso déjame invitarte
a que cenemos en «El león dorado».
Mozart
Me parece muy bien. Voy a avisarle
a mi mujer que cenaré contigo.
(Mozart sale.)
Salieri
No puedo resistir a mi destino.
Fui el elegido para detenerlo.
Si no lo hago perderemos todos
los sacerdotes del excelso arte,
no sólo yo con mi pequeña fama.
De nada servirá que Mozart viva
y ascienda cada vez cumbres más altas.
No debe todo depender de Mozart.
En cuanto Mozart deje este planeta
la música sin él se vendrá abajo.
El genio no se compra ni se hereda.
El es un ángel. Trajo sus canciones
y despertó en nosotros los terrestres
ansias inalcanzables. Es preciso
enviarlo de regreso a las alturas.
Aquí tengo el veneno. Don postrero
de mi amada Isidora. Cuántos años
lo he tenido conmigo. Cuántas veces
he sofocado mi deseo de emplearlo
con los canallas que mi pobre vida
transformaron en llaga sin cauterio.
Hondamente me hieren las ofensas.
No soy hombre cobarde, y de la vida
muy poco espero ya. Cuando las ansias
de morirme sentí, me dije siempre:
«¿Matarme? ¿Para qué? Tal vez mañana
me dará la existencia su alegría
o una noche inspirada y deleitosa.
Tal vez surja otro Haydn y disfrute
de su perfecta música. O acaso
ofensas me caerán aún más hirientes,
si lo quiere el destino que es cruel siempre.
Entonces sí me servirá el veneno».
Mi intuición salió cierta: ya he encontrado
al enemigo. Y ya un Haydn nuevo
llenó mi alma de supremos goces.
Es hora ya, veneno, don de amor:
voy a echarte en la copa del amigo.