Conduce un viejo Volkswagen, viste un anticuado sobretodo de mapache durante el invierno, y usa, invariablemente, un discreto arete de oro. En casa nunca está solo, pues cuando no tiene visitas de parientes o amigos, se encuentra rodeado por una buena camada de gatos blancos, castaños, pintos y atigrados, persiguiéndose los unos a los otros, arrugando las alfombras de toda la casa, y mordisqueando con persistencia las flores que encuentran a la vista.
Gorey, originario del oeste medio, nació en Chicago en 1925. Una vez graduado de la preparatoria en 1942, realizó su servicio en el Ejército de los Estados Unidos como oficinista en la infame compañía DugwayProvingGrounds, en Utah. Después de desembarazarse de tamaña empresa, ya terminada la Segunda Guerra Mundial, Gorey se inscribió en Harvard bajo el G. I. Hill, donde tomó el curso que más le gustó: historia italiana; particularmente cuando abordaron el Renacimiento. Pero resulta arduo establecer qué influencias ejercieron los pasajes de su vida en su obra, salvo, desde luego, para aquellos que lo han acompañado al unísono de la lectura de su voluminoso trabajo. IsobelGrassie, una lectora empedernida y fan Gorey por excelencia lo conoció, por vez primera, como cliente de una librería donde ella laboraba.
Dice Grassie: «Él lee más que cualquier persona que conozco. Y lee sobre muchas, muchísimas disciplinas, principalmente de novelas inglesas y americanas. Si dibuja un guante, es el guante de un período determinado para un tipo de persona. No es sólo un guante pasado de moda. Tú no lo sabes, yo tampoco lo sé; pero él sí, porque conoce y ha leído».
Grassie explica que ella fue entusiasta del trabajo de Gorey antes de conocerlo en persona. «Lo admiraba antes de mudarme desde Cohasset (un suburbio al sur de Boston) a Cape Cod (1965). Vi uno de sus primeros libros, TheWillowdale Hand Car, y me enamoré de su trabajo. Escribe maravillosamente.» Y aún hay más: «cada palabra es escogida con sumo cuidado. Las ilustraciones son exquisitas. Todo parece suspendido en el tiempo.»
Grassie está complacida con Edward Gorey como persona. Lo identifica como un «hombre amable y generoso», que ha compartido con ella algo de su vasto talento en muchas ocasiones.
Cuando Gorey descubrió que Grassie carecía de un libro en particular para su colección de «goreyana», él mismo se lo obsequió.
Compilar viejas ediciones de Gorey, en especial las que se encuentran fuera de circulación, se ha vuelto un negocio rentable. Un libro como Willowdale Hand Car, un ejemplar delgado, de cubierta blanda, agotado en 1962 por BobbsMerril, se vendía en $ 1.50, y al final fue rematado en $ 98.00 ctvs. El libro se cotiza ahora en $ 30.00 en el mercado activo, donde transita la obra de Gorey. Grassie observa que Drácula lanzó de pronto su obra al estrellato. «El crecimiento de Gorey en el mercado fue gradual», dice Grassie respecto a las ventas de sus libros, «pero Drácula sólo sucedió, de repente», ahora refiriéndose a los dibujos y el vestuario que Gorey diseñó para la producción de Broadway estelarizada por Frank Langella. «Siempre hubo un puñado de personas que coleccionaban sus libros, pero Drácula le proporcionó la atención del público en general.»
Sin embargo, Isobel Grassie, quien aún atesora publicaciones y manuscritos de Virginia Woolf y ediciones de Alicia en el País de las Maravillas, ve el lugar que le compete a Gorey artísticamente como algo que va más allá de lo que indica el fenómeno Drácula. «Él es nuestro Edward Lear de hoy», subraya, «excepto porque Lear escribía mejor que dibujaba, mientras que Edward Gorey ejecuta ambas con la misma calidad.»
Traducción: Marco A. Piña