Instituto Literario de Veracruz

El hombre que inventó a Tarzán

El hombre que inventó a Tarzán

Sobre la ola de un éxito inesperado, Burroughs se descubrió en aquellos años también como un hábil hombre de negocios: fue el primer escritor en estipular contratos que le dejaban el derecho al usufructo comercial de sus personajes, y fue el primero en intuir la posibilidad espectacular de sus creaciones. Después de romper contratos millonarios a cambio de la licencia comercial por la imagen de Tarzán sobre objetos que iban desde las estatuas a los utensilios de baño y a las gomas de mascar creó un programa radiofónico, así como una serie productos de gran éxito y también comenzó a luchar por sus derechos cinematográficos.

El primer Tarzán de la pantalla apareció en 1918, pero el éxito llegó hasta 1932, gracias a la interpretación de Johnny Weissmuller y a su risible grito. Tras haber creado un imperio de la nada, Burroughs decidió seguir las etapas canónigas del éxito americano y se mudó a California. Adquirió un gigantesco rancho en San Bernardo Valley (la zona residencial que se desarrolló en esos parajes ha sido rebautizada con el improbable nombre de Tarzana), y ahí se dedicó a la creación de otros héroes con claras referencias autobiográficas: John Carter, veterano de la guerra civil americana obligado a combatir a los monstruosos habitantes de Marte; David Innes, noble decadente que reta a las fieras del centro de la tierra; Carson Napier, que encuentra pan en el planeta Venus, y sobre todo BowenTyaler, el protagonista de la Tierra olvidada en el tiempo, que lucha con los dinosaurios y con los hombres prehistóricos del planeta Caspack.

En 1939 el premio Pulitzer Alva Johnston sacudió a la crítica estadounidense, cuando proclamó en el SaturdayEveningPos,t que Burroughs debía ser considerado el más grande escritor americano vivo. Para Johnston había motivos muy precisos, basado en la capacidad de Burroughs de crear un personaje que había conquistado y cambiado la conciencia del lector medio; la posibilidad concreta de que Tarzán llegaría a ser un personaje inmortal y, no siendo el último, el grado impresionante e imprescindible de popularidad. La declaración desencadenó muchas polémicas y el mismo Burroughs se sintió en la obligación de declarar que sus libros no eran literatura y que a lo más podían ser considerados un entretenimiento como «un bailarín de tap, o un clown». Taliaferro retoma la tesis provocadora de Johnston entrelineando la importancia histórica del trabajo de Burroughs al interior de la cultura popular y atribuyendo a su prosa veloz el mérito de la modernidad. Cualquiera que confronte las novelas de aventuras de Kipling o de ConanDoyle con las invenciones de Burroughs puede advertir inmediatamente la enorme diferencia de calidad y de espesor, sin embargo, de sus historias creadas a base de repeticiones emana inmediatamente la voluntad de sueño, de fuga y de conquista que ha hecho grande a América.

 

Traducción de Rafael Antúnez

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