Instituto Literario de Veracruz

Hormigas: esas gigantes

Hormigas: esas gigantes

Julio César Londoño

 

Como tantos, también he sucumbido a la fascinación que despiertan las hormigas. Les he seguido la pista por años en libros y bosques, y descubierto muchas cosas. He sabido, por ejemplo, que hay un momento en que las hembras saben, de alguna manera, que deben abandonar el hormiguero y salen por primera vez en su vida al mundo exterior.

Dos fuertes estímulos las sorprenden entonces: una cosa cálida y brillante, el sol, y una brisa afrodisiaca, las ráfagas de feromonas que están lanzando en ese momento miles de machos ansiosos. (Quizá sean los efluvios de esta perturbadora fragancia la fuerza que incita a las hembras a abandonar el hormiguero).

Inquietas, ligeras por esa brisa hechizada, miles de vírgenes alzan el vuelo… pero casi todas terminan en el buche de gorriones, mirlos, palomas, pinzones, golondrinas y petirrojos, y sólo unas veinte o treinta de cada cien logra atravesar esa barrera de picos y plumas.

Tras ellas alza el vuelo un enjambre de machos que supera sin mayores contratiempos la barrera. (Parece que la carne de macho no es muy apetecida por los pájaros). Al verlos, las hembras (ariscas en todas las especies) aprietan el paso. Sólo los machos más fuertes pueden seguirlas, alcanzarlas y montarlas.

Frenéticas por los pinchazos de los dardos de los machos, las hembras inventan rizos y cabriolas y se lanzan en picadas de vértigo. Esta combinación de sexo y velocidad es demasiado para el corazón de los machos, que se infartan inmediatamente después de la eyaculación y se precipitan a tierra en caída libre y fatal. (Este triste destino del macho se repite en muchas especies de insectos, que es la clase de las hembras -o de las viudas, para ser precisos- y en la cual los machos sólo tienen un rol episódico).

Después de que el primer galán cae a tierra, la hembra recibe otros machos que llenarán su espermateca con gametos frescos y dejarán en su vientre millones de células sexuales macho que le permitirán desovar a diario durante quince años.

Exhaustas y despelucadas, las hembras aterrizan luego de unas 20 cópulas. Ya no son princesas, son reinas, pero aún no están a salvo. En tierra las esperan salamandras, lombrices, erizos, gallinas y, sobre todo, el invisible lengüetazo de los batracios, más rápido que la vista. De cada 300 hembras que emprenden el vuelo nupcial, unas 20 logran sobrevivir, encontrar un sitio seguro para desovar y fundar su propia ciudad.

 

El solárium

 

Las salas de incubación se orientan siempre de Sur a Norte, de manera que reciban la mayor cantidad posible de sol. Están cubiertas con chamizas pegadas con una resina transparente que deja pasar la luz y las protege del agua. Las nodrizas apilan los huevos en montones y los montones en hileras. Las obreras fabrican ‘radiadores’ con humus y madera negra para que la sala esté siempre caliente aunque el exterior esté frío.

En la azotea hay artilleras apostadas en previsión de las incursiones aéreas del pájaro carpintero -un ‘gourmet’ de los huevos de hormiga-. Estas artilleras disparan sobre los intrusos chorros de ácido fórmico, una sustancia muy corrosiva, que pueden tener un alcance vertical de 50 centímetros.

Dentro, la actividad es incesante. Cuando hay sombras sobre el solárium, las nodrizas buscan ‘pozos’ de luz y desplazan hasta allí las pilas de huevos. ‘Calor húmedo para los huevos, calor seco para los capullos’, es su lema.

Al cabo de un tiempo que varía entre una y siete semanas dependiendo de las condiciones meteorológicas, los huevos crecen y se transforman en unas larvas cubiertas por una pelusa dorada que deja ver los diez segmentos corporales, que empiezan a marcarse. Como los huevos y las larvas son muy frágiles, las nodrizas los lamen permanentemente para mantenerlos empapados con su saliva, que es aséptica.

Al cabo de tres semanas las larvas se envuelven en un capullo amarillo y entran en letargia: ya son ninfas.

Estas momias son llevadas a una sala vecina que ha sido previamente forrada en arena para absorber la humedad. (‘Calor húmedo para los huevos, calor seco para los capullos’). Durante esta fase todo cambia; o se afina: sistema nervioso, aparatos digestivo y respiratorio, órganos sensoriales, caparazón.

Los capullos maduros son llevados a otra sala donde unas nodrizas especializadas los destejen cuidadosamente y sacan una pata, una antena… hasta liberar una hormiga blanca. Su caparazón es blando y transparente, como su sangre. Con los días se pondrá duro y negro, o rojo. La alimentación de los bebés se hace por regurgitación, una operación que es muy placentera para las nodrizas y los bebés: éstos reciben soluciones azucaradas directamente de la boca de su nodriza, y ésta se ve recompensada por las cosquillas de las antenas de los bebés, que es la forma como ellos estimulan la regurgitación de las nodrizas.

 
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