Antonio Monda
Edgar Rice Burroughs era el hijo menor de un mayor del ejército del norte que se había distinguido durante la guerra civil por una serie de actos heroicos y que esperaba que sus cuatro hijos siguieran la carrera militar. Tras haber hecho una pésima prueba como cadete oficial, Edgar se volvió cowboy, policía, ferrocarrilero, buscador de oro y scout para el Séptimo de Caballería en el territorio de Arizona. Los espacios infinitos y el sentido inmediato de aventura que ofrecía aún el país lo fascinaron enormemente y le ofrecieron la ilusión de que podía existir realmente una vida sin superiores.
Con un incurable optimismo, Burroughs decidió casarse y tener una gran familia, pero la situación de absoluta pobreza en la que se encontraba cuando falló en el enésimo trabajo lo llevó a aceptar empleos que no tenían el estímulo de la aventura. Fue un mediocre agente viajero especializado en la venta de tranquilizantes; un pésimo responsable del budget de un pequeño edificio, y también un bibliotecario que se distraía demasiado leyendo los libros que debía colocar en los estantes. Pero fue exactamente este último trabajo el que habría de cambiarle para siempre la vida: la lectura apasionada de folletines de gran difusión lo llevaron al convencimiento de que no era necesario poseer un gran talento literario para convertirse en escritor de éxito, y así, a los treinta y siete años, decidió ponerse a prueba y escribió de un tirón la primera aventura de Tarzán, el hombre mono, en la cual llegó a transferir sus exóticas fantasías, su deseo de aventura y la nostalgia por un pasado (en realidad inexistente) de nobleza y tradición. El éxito fue clamoroso, Burroughs se encontró en el octubre de 1912 siendo el escritor popular más solicitado y admirado de los Estados Unidos.
La vida del hombre que creó el mito de Tarzán y cambió para siempre el mundo editorial es el objeto de una interesante biografía, Tarzanforever, obra de John Taliaferro, periodista del Newsweek y autor de un notable ensayo sobre Charles Russell, «el cowboy artista». Cuando escribió la primera aventura de Tarzán, Burroughs descubrió que poseía el precioso talento de la prolijidad: a la demanda creciente de un público siempre más apasionado logró responder con un número impresionante de novelas, que aparecían por entregas en revistas de gran consumo, manteniendo una medida de un libro de cien mil palabras cada dos meses. Ni siquiera Taliaferro es capaz de estimar la cantidad exacta del número de copias vendidas hasta ahora, pero considerando el hecho de que algunos de sus libros son ahora impresos y vendidos regularmente, y que han sido traducidos a otras treinta lenguas, se calcula una cifra alrededor a los cien millones de copias.
Al principio los personajes secundarios eran retratados con evidente racismo; los africanos, los árabes y los asiáticos eran siempre infieles y violentos, pero con el paso del tiempo la situación cambió, y comenzaron a aparecer los héroes positivos, precedidos de una declaración de perdón y de estima del mismo autor «En mi experiencia en el ejército he admirado siempre la lealtad y la nobleza de alma de la gente de color».