Instituto Literario de Veracruz

Entrevista a Hans Magnus Enzensberger

Entrevista a Hans Magnus Enzensberger

En general se piensa sobre Goethe como un precursor del encuentro entre la ciencia y literatura. Pero hoy las afinidades electivas son ridículas desde un punto de vista científico: por ejemplo, en el caso en el que un pobre niño nace con las líneas somáticas de los amantes de los padres, porque en el momento de la concepción padre y madre estaban … ¡distraídos!   

Ésa era una metáfora, aun cuando sea un poco tosca. Pero el gran límite de Goethe era que, aunque tenía algunos intereses científicos (geología, biología, morfología), detestaba las matemáticas. En su teoría de los colores se ve: aunque con gran intuición y esfuerzo, cometió muchos errores.

¡Particularmente el de creerse más listo que Newton!   

¡Eh, sí, tenía el defecto de considerarse un genio! Humboldt era toda otra cosa, mucho más conveniente al espíritu de su época. Aunque Goethe contribuyó con algo de bueno en el campo científico: por ejemplo la taxonomía botánica, en la búsqueda de las sociedades de estructura entre plantas diferentes, es un estudio que se continúa siendo respetado.

A propósito de estructura, me parece que Las afinidades electivas expresan muy explícitamente la metáfora química.   

Ciertamente. Aunque de manera artificiosa, no convenciendo completamente. Quizás sin la metáfora la novela habría trabajado mejor, como una historia de un amor complicado.

En muchos trabajos, de hecho, la estructura matemática está oculta. ¿Qué piensa de ese género de literatura?   

Creo que querer usar literariamente sólo la más pura y avanzada lógica conlleva un gran precio. Se termina sobre la estela de Wittgenstein del Tractatus, o de los positivistas como Carnap, para reducir drásticamente el círculo de lo que puede decirse: ya no se puede hablar de las emociones, o de la ingenuidad. Si se pregunta si vale la pena hacer alguna literatura a este punto.

¿Por qué es tan importante la ingenuidad? ¿Para evitar ser demasiado inteligente?   

¡La inteligencia es necesaria, pero hay no sólo inteligencia calculable! Cuando Russell muestra de manera monstruosa que 1 más 1 es igual a 2, la humanidad se defendió de esta manera de pensar, porque entiende que se trata de una censura, o de una autocensura. Y si hay una pasión en la literatura y en las artes, es el odio por la censura. ¡El mundo puede describirse rigurosamente, a la manera del Círculo de Viena, pero la cosa es aburrida! En todo caso, Gödel nos enseña que existen los límites a este tipo de descripciones.

¿Hay también enseñanzas análogas en la literatura?    

Hay analogías que sin embargo no son homologías. Es necesario ser cauto, porque Gödel era muy preciso y riguroso: Yo no creo que le habrían gustado estas analogías.

¿Y las poesías sobre su teorema, como la que abre Los elixires de la ciencia?    

Ésos son un juego: lingüístico, o filosófico, pero también siempre un juego. E inevitable: los poetas son menos serios que los filósofos y los matemáticos. Pero no que los otros científicos: ¡los antropólogos son como nosotros, y los sociólogos son peor!

¿Dónde aprendió el teorema de Gödel?   

Leí el libro de Nagel y Newman, La Prueba de  Gödel (BollatiBoringhieris, 1992). Y después el artículo original de 1931, saltando las partes más técnicas.

¿Y qué cosa le interesa particularmente de ese resultado?   

Yo pienso que el cerebro humano tiene algunos límites: es un órgano sensacional, probablemente único en el cosmos, pero tiene algunos límites que no pueden superarse. Aparte del Papa, que se cree infalible, el resto de la humanidad se dice no serlo. Y es maravilloso que los matemáticos que por mucho tiempo han tenido la prepotencia y la arrogancia para buscar construir un sistema perfecto y sin límites, ahora han tenido éxito en demostrar desde dentro de las matemáticas, y por consiguiente con el máximo rigor del que el hombre es capaz, que la cosa es imposible. Y que no existen “soluciones finales”, con buena dedicatoria para Hitler y Stalin.

¿Le ha enviado su poesía a Gödel?   

¡No, no he osado! En la época era ya un hombre viejo y enfermo. Y además soy tímido, y creo que se tiene que dejar en paz a los grandes. ¡Yo conocí bastante bien a Beckett,  pero no me venía a la mente llamarlo cuando estaba en París!

¿Es una crítica velada al hecho de que yo esté aquí?   

¡No, no! Es que la admiración me intimida.

Usted sin embargo ¿ha encontrado a otros matemáticos?  

Sí, pero aquéllos más comunes.

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