Piergiorgio Odifreddi
Un libro de Sylvia Nasar (Rizzoli, 1999) y una película de Ron Howard, los dos de gran éxito y titulados A Beautiful Mind, cuentan la extraña historia de John Nash, el genio que ha atado su nombre a una serie de resultados conseguidos en diez años y que publicó en aproximadamente diez artículos, recogidos recientemente por Harold Kuhn y Sylvia Nasar en El Esencial John Nash (Princeton, 2002). Un par de estas publicaciones le merecieron ganar el premio Nobel de economía en 1994.
Es una trágica ironía del destino que un hombre que ha vivido veinticinco años desequilibrado, sufriendo de esquizofrenia paranoica y creyéndose el emperador de la Antártica y el Mesías, ha pasado a la historia por haber introducido la noción de equilibrio hoy universalmente usada en la Teoría de los juegos.
Gracias a los oficios de nuestro amigo común Harold Kuhn, he podido pasar la tarde con esta “mente maravillosa” y hablar lo mismo de matemáticas y locura, recorriendo algunas etapas de tan singular existencia científica y humana.
Su autobiografía para la Fundación Nobel empieza con una frase extraña: «mi existencia como individuo legalmente reconocido empezó el 13 de junio de 1928».
No recuerdo por qué he dicho eso entonces: cuando escribo intento ser espontáneo y sin constreñimiento y las cosas salen diferente según las veces. Pero el concepto de principio varía: por ejemplo, en China es medido por el momento de la concepción. En el Occidente, en cambio, una persona no existe legalmente hasta que nace.
En ciertos ambientes hay un problema análogo relacionado al momento en el que el recién nacido adquiere el alma.
Las cosas han cambiado con el tiempo y hoy los católicos piensan como las personas comunes de hace algunos siglos atrás. Después de todo, todo se reduce a una competición de números.
¿Es usted religioso?
Yo cambié de idea varias veces cuando estaba mentalmente perturbado. Se arriesga uno a perder la cabeza si se piensa demasiado sobre la religión, sobre todos si se practica la ciencia y se intenta celebrar la fe y la razón en compartimientos separados. Una observación elemental, sin embargo, es que las religiones son lógicamente incompatibles entre ellas: entonces, por consiguiente, no pueden ser todas verdaderas.
La misma cosa merece la pena para la política de la que ha escrito que es una pérdida inútil de energía intelectual.
Yo sólo me referí a mi experiencia personal, influenciada por la enfermedad mental. He empezado a recuperarme cuando me negaron algunas de mis ilusiones en este campo. ¡La política no es un desperdicio de energía para el político de profesión!
A propósito de pensamiento lógico, la noción de equilibrio que lleva su nombre parece derivar más de un análisis filosófico que de un problema matemático.
En efecto, el interés no era simplemente matemático, aun cuando es necesario observar que Cournot ya había desarrollado un concepto similar. Pero era una parte estrictamente matemática con respecto a la existencia de estos equilibrios, y ésta es otra historia. Por ejemplo, los equilibrios en el sentido de Von Neumann y Morgenstern no siempre existen: entonces el problema no era trivial.
Además Von Neumann, usted también conoció a Einstein aquí en Princeton.
Cuando lo fui a visitar, un ayudante suyo -John Kemeny – siempre estaba cerca de él y en silencio como un guardia personal. Probablemente, Einstein se encontraba con muchísimos locos y necesitó un mínimo de protección.
¿Y de que cosa le fue a hablar?
El movimiento hacia el rojo de las líneas espectrales de las galaxias distantes, normalmente se interpreta como un efecto de la expansión del universo. A mí me vino la idea de que se podría interpretar como una pérdida de energía gravitatoria de la luz, más o menos como un barco que se mueve en el agua pierde energía produciendo ondas.
¿Y Einstein, como lo tomó?
La cosa no le gustó mucho, y me dijo: «jovencito, creo que le haría bien estudiar un poco más». Yo no sé si la mía haya sido una buena idea, pero es cierto que inmediatamente después otros también la tuvieron y han escrito sobre ella.