Instituto Literario de Veracruz

Ser traducido o la translación del cabello de la Virgen María

Ser traducido o la translación del cabello de la Virgen María

Carlomagno lo creyó y usó la reliquia que estaba en una semiesfera de cristal pulido alrededor de su cuello. Esperar que los lectores de ahora hagan tal voto de fe revela un optimismo que raya en la locura, y aun ésa es la presunción cada vez que una traducción literaria es publicada. En general, ese optimismo está justificado. Los lectores creen en la traducción. Para los escritores, sin embargo, el proceso es más complicado.

Aquí, a manera de ilustración, hay una lista de libros que yo no escribí: Lemprière’s Wörterbuch. Le Dictionnaire de Lemprière, Slownik Lemprièra a, Lemprière’s Ordabók, Lemprières-lexicon, El Diccionario de Lemprière. A Lemprière Lexicon. Het Woordenboek van Lemprière, Kabbalin Kulta (Lemprière en finés es impronunciable), y muchas más variaciones en otros idiomas (hebreo, cantonés, coreano, ruso, japonés) cuyos alfabetos son, por lo menos para mí, ilegibles.

La promesa implícita de una traducción es que lleve consigo el texto original, que el intento que el autor original expresó esté presente en la nueva versión tal como lo está la santificada bondad de la Virgen María en su mechón de cabello. En la traducción, sin embargo, no hay doctrina sobre la gracia. De hecho, como puedo ver, no hay en absoluto una doctrina o teoría coherente y la existencia del Consejo de la Teoría de la Traducción en las universidades de todo el mundo no garantiza la posibilidad de una traducción perfecta, como el Trono del Papa no certifica la virtud dentro de la Iglesia Romana.

Conceptos sin fundamentos inducen al nerviosismo en sus habitantes y todos los escritores notoriamente se encuentran propensos a la paranoia. Entre las preocupantes operaciones realizadas al libro de un escritor (la edición, encuadernación, carátula o cobertura, publicación y revisión), la traducción mantiene una preeminencia fácil. Es por supuesto una señal que no se puede pasar por alto, el que el libro ha dejado de ser propiedad de alguien y ha llegado a ser de la propiedad del público; ha dejado de ser lo que alguien hace y se ha convertido en algo que alguien hizo. Opus se ha convertido en corpus y para el escritor, con mayor razón, se ha convertido en un corpus muerto.

Ahora: el desmembramiento. Los derechos territoriales e idiomáticos están siendo vendidos, por un largo periodo y no pasa nada, o nada parece ocurrir. Distante e inescrutablemente las traducciones están a la orden del día. Las Os de alguien se convierten en s; de las Cs de alguien brotan pequeños hilos. Símbolos fonéticos, acentos y otras grafías o garabatos no se mezclan en el texto, cubriéndolo todo en una diacrítica lluvia radioactiva. El texto se muta y obviamente oscila. Un libro traducido es generalmente veinte por ciento más largo que el original. Algunas veces, sin embargo, se reduce el número de páginas. La edición de mi primera novela para el Reino Unido tiene quinientas treinta páginas, la edición en hebreo tiene cuatrocientos treinta y una. ¿Traducción? ¿Sparagmos? ¿Dónde está el resto del cabello de la Virgen María? Simplemente, uno no conoce lo que pasa con nuestro libro durante la traducción y, en ocasiones, es mejor no preguntar.

Las preguntas surgen tanto de quienes las hacen como de quienes no. Las preguntas vienen por lo común de algunos traductores. Uno se anticipa y, hasta cierto punto, les da la bienvenida ¿Cómo trabajarán el delicado tejido de palabras con doble sentido, alusiones, indirectas y los pequeños matices de tono, los cuales energizan su obra maestra? He revisado el idioma inglés para encontrar cinco sinónimos de la palabra «barco» en una oración simple, uno se pregunta si sus traductores rodeados de tierra serán capaces de encontrar un número suficiente para, por decir, checo, separándola de «Eslovaquia». ¿Qué hay de los veinticinco sinónimos que hay para  «libro», si todos comienzan con una letra diferente del alfabeto, exceptuando aquellos cuyas letras forman la palabra «diccionario» en el idioma, la cual debe aparecer con chistosa tardanza en el siguiente párrafo? ¿Cómo funcionará esto en el idioma griego, cuyo alfabeto no posee los veintiséis caracteres requeridos, o el cantonés, que no tiene ningún carácter?

En realidad, todas estas cuestiones pueden ser organizadas bajo dos títulos sucesivos: «¿Reconocerán mis traductores lo extraordinariamente talentoso e inteligente que soy?» La respuesta a esta pregunta está en afirmativo. Posteriormente «¿Lo escribirán y me lo dirán?»

Supongo que esto se pasa por alto cuando uno considera, primeramente, los efectos de la confusión mental después de pasar años en el final, únicamente con la compañía de una pantalla de computadora y, en segundo lugar, el hecho de que aunque la mayoría de los escritores necesitan una camioneta mediana para transportar sus híper atrofiados egos, un tanque de aceite no sería suficiente para llevar sus anteriormente descritas inseguridades. De cualquier manera, las respuestas a las preguntas planteadas usualmente se convierten en «simplemente fuera de lugar» y «no». Las preguntas de un traductor, se advierte inmediatamente, no son desdeñadas para hacer que los autores se sientan bien consigo mismos.

Entonces, «¿Cuántas piernas, si hay alguna, tiene el capitán Roy? En la página ciento setenta él es descrito como el mocho y solamente se dijo que había perdido una pierna; mientras que en las páginas trescientos ochenta y nueve y cuatrocientos setenta y ocho aparece como que no tiene ninguna de las dos piernas. O en el enunciado ‘La carreta dio vuelta a la izquierda antes del Mercado de los inocentes para cruzar el río, por el puente…’ ¿Estás seguro que quieres decir izquierda y no derecha?»

Finalmente, «’Él no se dio cuenta antes’ ¿Darse cuenta? ¿De qué? ¿Se puede dar cuenta solamente así, sin un objeto?»

A lo cual uno no se atreve a responder.

Sin embargo, el que nuestros traductores no sean únicamente los más cercanos y más atentos de nuestro trabajo, no quiere decir que no sean los más cercanos y atentos re-escritores. Tu texto está en sus manos. De mi traductor Zueco, Thomas Preis: «Muchas gracias por su respuesta extremadamente veloz. Te ocupaste de tu propio trabajo. No todos los autores parecen hacerlo. Ahora estoy bien, leyendo la prueba de mi traducción de L.A. Confidential de James Ellroy; ni siquiera se digna a escribir una respuesta y decirme que no estaba interesado en cooperar.» El escritor inteligente permanece, por lo menos, con sus buenos modales.

Las preguntas de un traductor se centran en inconsistencias y cuestiones sobre vocabulario. Desgraciadamente ése es el trabajo mal hecho del inconsistente autor de la trama y el forjador de neologismos. Darle esto a una novela es más que entrelazar palabras de vocabulario por medio de un argumento, sería un escritor de inhumana confianza aquél que no lo dijere. De vez en cuando me pregunto: qué le pasó a las otras cosas como el estilo, por ejemplo, o los cambios de registro, la relativa amplitud de los pasajes cómicos que esconden más contenido, grados e ironía. ¡Nadie jamás me ha preguntado si me estoy haciendo el gracioso o no!

Un escritor en el proceso de ser traducido se aísla tanto como un general en su camarote tratando, simultáneamente, de dirigir una guerra en veinte o más frentes. Los mandamientos o despachos llegan (o fracasan), pero reducidos como están a sus mínimas esencias, es difícil conocer cómo el conflicto se maneja como un todo. Uno sospecha que aquellos de nuestro medio se toman los problemas en sus manos. Peor, están mostrando iniciativa, peor aún, ha habido un brote de «Don Creativo». La situación está fuera de control.

No es verdad, o solamente en parte; el control ha sido devuelto. El libro de alguien se está convirtiendo en otros libros, lo cual podrá significar que su escritor se está convirtiendo en otros escritores o, más específicamente, en un grupo de traductores. Pero es ahí donde la analogía se rompe. Tú sigues siendo tú, mientras tu libro reencarna en albano, en estonio y japonés. ¿Quiénes son esos impostores que ocupadamente imitan el «tú» de quien escribió el libro? La extensión del libro a través  de los idiomas es capaz de reproducir, expandir su riqueza y reforzar su interés, pero las reproducciones (de nuestros traductores), del esfuerzo extendido en su escrito original parece paradójico. De alguna manera, irrisorio. Por supuesto, es posible que un traductor aprecie sólo débilmente los titánicos trabajos que se inmiscuyen en la composición de un libro, pero es seguro que el autor de la obra no comprende las dificultades de su subsecuente traducción para nada. Es muy común para el escritor nunca conocer a su traductor o traductora y participar en el proceso de traducción únicamente de manera tangencial. El libro terminado parece aparecer ex nihilo, fácilmente, o con el esfuerzo original de alguien pasado por alto.

El proceso de traducción encuentra… (Seguir leyendo)

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