Instituto Literario de Veracruz

Un episodio de Parsifal

Un episodio de Parsifal

Falta sólo una pregunta para que los milagros se cumplan, pero ésta no es hecha. Nadie la hace; ningún caballero del Grial sería tan tonto como para ignorar la decencia (¿quién quiere interrogar a un enfermo en tal estado?) para sumergirse en el misterio del Santo Cáliz; la enfermedad del rey empeoraría y el ritmo de la vida cósmica se alteraría. Esta no sería una pregunta banal como todas las que hacen los caballeros ante Parsifal, sino la pregunta correcta, la única que se espera, la única que puede dar frutos. Las preguntas previas habían nacido de la sorpresa o de la cortesía, no de la necesidad inmediata de conocer la verdad y la salvación -y es esto lo que simbolizaba el Santo Grial en el mundo medieval: la verdad y la salvación. Parsifal, instalado en el castillo para emprender la búsqueda del Grial, hace una sola pregunta: la correcta, aquella que tiene por único efecto precisar. Ahora bien, antes de que se le responda, que se le diga dónde se encuentra el cáliz, el simple enunciado de la pregunta correcta entraña ya una regeneración cósmica en todos los niveles de la realidad: los ríos corren, los bosques reverdecen, la tierra recupera su fertilidad y el rey su virilidad y su juventud.

Este episodio de la leyenda de Parsifal es significativo de la condición humana. Nuestro destino se obstina en que no hagamos la pregunta correcta, la que es necesaria y urgente, la única que cuenta y que puede rendir frutos. En lugar de preguntarnos -en términos cristianos- dónde se encuentra la verdad, el camino y la vida, preferimos perdernos en un laberinto de preguntas y reflexiones que efectivamente poseen algún encanto e incluso ciertas cualidades, pero que no enriquecen realmente nuestra vida espiritual.

Este episodio explica admirablemente lo siguiente: incluso antes de que se haya obtenido una respuesta satisfactoria, una pregunta correctamente hecha regenera y fertiliza, y no solamente al ser humano sino al Cosmos entero. Nada ilustra mejor la quiebra del hombre al rehusar interrogarse sobre el sentido de su existencia que esta imagen de la naturaleza sufriendo en espera de una pregunta adecuada. Tenemos la creencia de que naufragamos solos, uno a uno, porque no queremos preguntarnos dónde está la verdad, el camino y la vida. Creemos que nuestra salvación o nuestro naufragio dependen personalmente de cada uno. Pensamos que nuestra problemática, buena o mala, no compete a nadie más que a nosotros; pero esto es falso. La solidaridad de los hombres existe en niveles muy ínfimos, en sus instintos o en sus intereses económicos, pero también existe en su destino espiritual. Para una persona que vive entre los hombres le resultará difícil buscar la salvación sola si quienes lo rodean no piensan lo mismo. Un pensador tan profundo y original como Orígenes, no dudaba en afirmar que los hombres se redimirían juntos (apokathastasis) y no aisladamente cada uno. Sobre este punto es difícil decir si tenía razón o no; como sea, el ecumenismo permanece como el ideal de cualquier forma de vida cristiana.

Interpretando este episodio de Parsifal, podríamos decir que toda la naturaleza padece la indiferencia del hombre debido a esta pregunta central. La solidaridad sobrepasaría todo el conjunto de la comunidad humana de la que formamos parte, para extenderse a la vida cósmica que nos circunda, sea animada o aparentemente inanimada. La paideurna sufre y se altera a causa de nuestra insignificante quiebra. Cuando perdemos el tiempo debido a futilidades y a cuestiones ociosas, no nos matamos nosotros solamente, a semejanza de los caballeros frívolos en el castillo del Rey Pescador; también matamos un poco una parcela del Cosmos. Cuando el hombre olvida preguntarse dónde se encuentra la fuente de su salvación, las cosechas desaparecen y -calladas- las aves se afligen. ¡Qué supremo símbolo de la solidaridad del hombre con el Cosmos!

A la luz de este episodio de Parsifal, los hombres que no dudan en interrogarse y preguntarse por la verdad y la vida adquieren súbitamente una importancia fundamental. Las cuestiones que turban los sueños y los dramas que atormentan sus almas sostienen y nutren a una nación entera. Gracias al sufrimiento de estos extraños elegidos, la cultura de cada nación se vuelve fecunda y victoriosa, y la historia se abre camino a través del tiempo. Los hombres viven con buena salud gracias a las preguntas que se hacen aquellos que, como Parsifal, padecen por nuestra pereza espiritual. Además, sin ellos, la naturaleza se empobrecería, desecada por nuestra falta de inteligencia, de generosidad y de audacia. Quiero creer -como me lo ha hecho entender Parsifal- que nos encontraríamos infecundos y enfermos el día de mañana, a imagen de la vida en el reino del Rey Pescador, si no existieran en cada país, en cada momento histórico, algunos hombres intrépidos, espíritus iluminados que se hacen la pregunta correcta.

 

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